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Mientras aguardamos ansiosos a que surja alguna pareja que siga la estela de Chenoa y Bisbal o Hugo y Nika, los concursantes de Operación Triunfo nos consuelan con sus grandes avances en la asignatura más picantona: la compenetración.


Edurne ya ha dejado patente su gran maestría en el antiguo arte de la seducción, y la pasada semana fue el aniñado Sergio quien jugó con el fuego de la madrileña happy happy hasta casi quemarse en él. ¡Lo que nos han hecho sufrir con ese besus interruptus!
Hasta este instante de alta tensión, con quien más química tenía el canario era con Sandra. Pero la benjamina confiesa estar muy enamorada de su chico, que, casualmente, se llama como los de Edurne y Jesús Vázquez: Roberto. Quien verdaderamente sólo piensa en su pareja es Guille Barea: cada vez que nombra a su amada nos sube el azúcar. ¡Cómo se puede ser tan empalagoso!
Su tocayo, Guillermo Martín, también está ennoviado, pero digamos que tenía a su chica menos presente. Su constante tonteo con Lidia ha sido, sin duda, lo más divertido de todo el programa. Lástima que el público haya roto esta cómica relación entre la flamenca y el vacilón oficial del concurso. Y es que el valenciano ha hecho estragos entre las féminas, y si no, que se lo digan a Idaira y Mónica: hay quien dice que la karateca hacía lo imposible por captar la atención de Guillermo, mientras que la asturiana confesó en Salsa rosa que era su tipo de hombre.
En su ausencia, Lidia, triste y sola, parece estar utilizando a Víctor (que para variar tiene novia) como paño de lágrimas. Aunque no peguen ni con cola, ya se sabe que los polos opuestos se atraen, como ponen de manifiesto Soraya y Dani. El hiperactivo canario no confirma el rumor que apunta a que él y la azafata se apoyaron mucho durante el casting, pero tampoco ha sido muy rotundo al negarlo. Ella, por su parte, proclama su amor por un nórdico con el que comenzó a salir después de mantener una relación con Iván, el musculitos de La casa de tu vida.
A Fran, el lánguido granadino de mirada cristalina, nos lo guardamos como comodín. Porque nunca se sabe…

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